martes, 2 de diciembre de 2014

El movimiento de su aire estaba bien regulado. Una buena tarde, seguida por una buena noche. Una persona cerca, hablando a veces, incapaz de hacer el mal. Chanchos. La luz, el color, pueden empezar a lamer. Así bajó otro día, en el centro de algo, no importa de qué.




Intentando que sus palabras pasen tan inadvertidas como el viento en la oreja o el movimiento de los pastos cuando un animal se esconde. Una parte desarrollaba la musculatura. Otra parte se interesaba exclusivamente en dejar crecer las fantasías. Ninguna ciencia, en un lugar como este, sirve para nada.



La novia duerme, el perro duerme, los chanchos duermen. Una noche así puede aturdir a las personas de a una. Copia a las personas, de a una. Su madurar no excluye lo aprendido durante el día. Las bananas, oscurecidas y ablandadas por el sol, se van incluyendo en la madurez de la noche. Una película tranquila sobre todo el ventanal. Algo, de lejos, muge sin motivo.



Noche, telas, qué esconden, esconden a mamá, esconden a papá, a los tíos, a la cena que aturdía, al recuerdo de mascotas viejas. Noche, hilo, moho, qué madurez rápida, gracias por incluirme. Cielo azul, búho, maizal, una persona cerca.





No exagerar, pero estar disponible a la negrura. Piramidal, funesta, de la tierra. Paciencia y sacrificio, como podría aconsejarte cualquier mujer. Para construir el hilo de cualquier relato. Llega eso que precisa de más paciencia y sacrificio cuando se cuenta que cuando se vive, y ahí nace el río.






Ahí nace la corriente, el ecosistema. Faltan un millón de horas y estoy en silencio.




El túnel del relato. El túnel secreto que cada relato esconde. La capacidad del hongo de transmutarse en pequeño animal. Todos estamos siendo copiados, de a uno. De a un músculo: uno es copiado ahora. Me voy incluyendo en el relato de otro, un poco más en cada párrafo.





En la mirada de los demás le parecía ver la ley. Como alguien tocando algo que le da asco durante un tiempo prolongado. Tuvieron que esperar al viento. El salón se dividía varias veces, confundiendo al que quiera encontrar su centro de gravedad. Los enemigos actúan con perfección mecánica. Si se respira más lento se envejece más lento. La exhalación es mejor que la inhalación: verdad estética, moral, ontológica y erótica.





Tener siempre dos cuadernos. El juego de los espejos. En uno el movimiento firme, en otro los picoteos. El movimiento del aire está bien regulado. En el centro de algo, no importa de qué.




Mirás, a la mañana, en el espejo, una parte del pasillo. Caminando despacio se acerca descalza. Están en el campo, de vacaciones. En ese momento se ilumina el viaje.





Y su vida se fue arrastrando hasta cumplir treinta años. Caminando por el pasillo veo pasar a una mucama vieja que se murió hace dos años. A su símbolo. Todos los animales fueron fabricados por el mismo universo. El ombligo. El aire.





Hermanos y padres comiendo carne fría: los días y las noches se apilan. El living, lleno de centros. Los hermanos se mueven como planetas. El cielo, saturado. Antes de la época de los fantasmas la época de las borracheras. Dentro de cada planeta descansa un templo. Dentro de cada templo descansa un animal. Mas allá, la orilla.




El padre alguna vez estuvo perdido. La madre alguna vez estuvo perdida. Las noches cada vez más cortas. Tuviste una carrera. Amor, ciudad. La gente te conoció. Comiste carne fría con tus seres queridos.





Convivía con macetas llenas de hierbas aromáticas. Pedirles inclusión. Ciudad que encontré con ayuda de los alerces dejame explotar arriba tuyo.






Una vez en la ciudad, caminando y mirando, las personas me parecieron, cómo decirlo, demasiado educadas. Ella en el tren pensó sus besos deben ser una delicia.




El maizal apenas susurra, queriendo a su susurro hacerlo indivisible. Arriba un tero. A los lados madrigueras y en algún lugar zapallos minúsculos. No se te ocurra comerlos, me decían de chico. El sol abre un túnel por sobre los rastrojos. Una persona cerca. Con cada paso un poco más silenciosa.





Un túnel adentro suyo. Los chicos crecen, las hortensias crecen. Esa chica escribía. La apariencia de nuestros ánimos esta tarde, jugamos a que siempre algo peligroso cerca, ese tipo de apuro. ¿Está pensando en algo? ¿O los pensamientos, volubles, la obligan a dispersar su atención del texto? El maizal se deja abrir, deja pasar el aire. Apenas lo toqué y ya lo perdí.




Fantasmas de distintas muertas yendo y viniendo por el mismo pasillo. No hay concentración posible, nada que podamos sentir centro. La geometría divina no olvida un segundo al infinito. La novia se despierta y sale. Mira la distancia verde, escucha los álamos, se despereza. Su cara es blanca como una nube. Hoy hay pocas moscas. Viene, se acuesta al lado mío, en el pasto, y me dice que tiene frío. Hay una persona cerca, pasando por un túnel a toda velocidad.




Como párpados nos protegemos y bloqueamos a la vez. La sed, tanta sed, la sed nos define.








A la ciudad sin embargo vas a poder verla siempre. Y un día estallar de leche entre sus torres, que son sus nubes. De nuevo, imaginemos a esa chica sin personas cerca. Descalza, susurrante, como el maizal, como con el maizal. El túnel se abre de caballerosidad cuando el sol más quema. Ahí, incluyendo a las bananas oscuras, incluyendo a la noche madura, el latigazo. Los abdominales se contraen hasta casi acalambrarse. Su cara, blanca y seca como una nube. Su, y es lo más hermoso en algunas mujeres, alternancia. Capaz de perderle el rastro al sexo, y caminando entre árboles amarillos de tanto otoño volverlo a recuperar. Estoy talando, un túnel más resistente que el roble. Talando hasta sentir el quejido y el golpe.




Si soplan el maizal solamente consiguen lo que el viento les dio. Con el viento llegan sonidos que antes no llegaban: murmullos, mugidos, aves. Dejamos pasar los días. Aves de todos los colores. Ninguna ciencia en un lugar como este nos sirve. Cuando conseguimos establecer una regla todas las cosas dan un vuelco. Estábamos contentos, la comida había salido rica, el silencio nos quedaba lindo. La geometría no olvidaba al infinito, ni por ese segundo en el que nos gusta residir. Todo se puede dividir por el infinito.





Los sueños son en un lugar que se asemeja a un campo de concentración: estructuras de hierro donde se ve y se respira calor. Carbones, ladrillos. Las mandarinas se juntan, se cierran, se van ablandando hasta por una ranura empezar a dejar salir su jugo. Salen de su madre para verse con quien los avergüenza.




Sensación íntima: todo lo que me queda para hacer. Los desiertos van creciendo, todos deudores del mismo cuerpo. Un bar, una risa.




Había un maestro, sin mujer ni relaciones demasiado profundas con ninguno de sus discípulos, a punto de morir (le quedarían unos meses, menos de doce). Había una novia mía triste sin razón aparente. Había un chiste que falló. Había tres negros (negros de verdad) en un colectivo en Buenos Aires. Cuatro ruidos raciales, en un cuarto iluminado.





Los chicos se mueven en órbitas de humores demasiado diversos y pronunciados. Como si vinieran de lugares sin nada en común. La columna del maestro como una estaca se clava uniendo cielo y tierra. Un ruido, un olor. El regreso a las familias.




La manera del cráneo; la petisa caminando desde el horizonte hacia acá. Después algo instantáneo (como un viento en un pasto o una luz en la piel) que justifica todas las escrituras, y el intento boludo de ser aceptado.




Inseguridad en la tierra y en el sexo. Claves cortas, torpes. Había un chiste que falló en el cuerpo de la novia triste. La posibilidad de una vida distinta?





Sin campo se acerca en guerra contra la línea del horizonte un gordo bestia. Así se define este otoño que te prohíbe salir del pueblo.




Hay inteligencia en los sonidos sueltos, y todo tiene sentido. Una chica dice dios con mala cara. La música fuerte molesta. Sospecho de las introversiones ajenas, aunque la mía sea pura. Roban como los dioses.




No existe nada puro, neto. Cuál es tu verdadero nombre. Cuál es tu verdadera forma de narrar. Cuánto te mentís si reciclás textos viejos. Descubriste gente buena y te hiciste el enfermo. Malas épocas tenemos todos. Sos una persona reconocible, particular. De golpe, vas a tener que desempeñar ese papel hasta el fin.








Acá nadie aprende a bailar si no es por una mujer. Nadie entra en un maizal por iniciativa propia. En cada templo hay una persona. En cada persona hay un choclo. En un vegetal hay tanta vida como en un planeta. Estabas increíble con tu vestido nuevo pero igual te llenabas de celos. La copia, el doble, son ideas que no existirían si no fuera por la literatura. La hortensia se deja abrir, deja pasar el aire.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Sus gestos son iguales a sus pensamientos
y sus pensamientos son gestos
que no lo llevan al bien
ni al mal. Tiene
mucho que hacer,
muchos objetos
que poner en muchas cajas.
Un hombre de pie
adelante de un jardín
y en el jardín hay escondidos
ojos, labios, pelos, dedos finísimos
de personas muy queridas,
entre las ramas una rama
de temblor casi humano.

jueves, 16 de octubre de 2014

Mi hombre se siente adentro de un paisaje, aunque no tenga ningún paisaje alrededor. Está alarmado por la sensación de paisaje, y alrededor no tiene nada. Y debería ir a buscar un paisaje, porque no lo tiene. Pero no le interesa ir a buscar nada. Mi hombre está muy cómodo con las sensaciones de este momento, por eso se queda quieto. Y no mira, no escucha, no huele, no toca. Cierra los ojos y juega en su cabeza. Las ideas circulan como trenes, dos se acercan, otra se aleja, aquellas se cruzan. Eso entretiene a mi hombre, por eso se queda quieto. Sería bueno no tener cuerpo, cree. Y esa creencia se cruza con otra idea: no me gustan los hombres sin cuerpo, dice. Entonces se despierta algo metalizado en su boca. ¿El paisaje sigue ahí?, se pregunta mi hombre, ¿la sensación de paisaje sigue ahí? Y no sabe qué responder. Entonces necesita hacer una descripción, decir algo, para ubicarse. Abre la boca y el metalizado se escapa como un pez. Eso le da una sensación de tiempo, aunque no haya nada parecido al tiempo, alrededor. Se asusta y quiere abrir los ojos, pero no los abre: eso desencadenaría una gran conmoción en sus ideas, como trenes podrían chocar. Por eso se contiene. Apoya sus manos en sus ojos y los abre: es probable, dice, que alejando lento mis manos de mis ojos pueda ir entrando al mundo sin peligros. Esta idea lo hace exhalar, por eso tiene otra sensación de tiempo, aún sin tiempo. Aleja las manos muy lento, durante años. Y mientras las aleja se debate, ¿en cual mundo quiero entrar? ¡Se olvidó de describir el paisaje, por eso lo perdió! ¿Qué tipo de colores va a tener mi mundo cuando lo elija? Quiero uno lleno de plantas olorosas y con una mujer. Las manos están quietas desde hace años ya. Mi hombre a veces se olvida de seguir alejándolas, muy cómodo con las sensaciones de ese momento, que son las de imaginarse el mundo en el que quiere entrar. No se sabe qué es mejor, si imaginarse o entrar. Está muy cómodo imaginarse. Qué boludo es mi hombre, pobrecito, qué boludo.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Cada cierta cantidad de tiempo, en épocas de crisis, me obsesiono con Pascal y no puedo pensar en otra cosa.
Era un genio, y desde que su mamá se murió su papá se ocupó de educarlo. Le preparó un programa bastante estricto; por ejemplo, se le prohibía estudiar latín y griego hasta los 12 años para no descuidar la gramática francesa, etcétera. Una de las materias que tenía prohibidas eran las matemáticas. Una vez, curioso, le preguntó a su papá qué era esa ciencia que tenía oculta, y el papá a grandes rasgos le habló de la geometría, le dijo que es un medio para construir figuras exactas y para encontrar las proporciones que tienen entre sí, y le hizo prometer no volver a preguntar ni pensar en eso. Entonces Pe se puso por la suya a investigar, dibujando en las baldozas de la vereda con carbón, encontrando la manera de dibujar un círculo perfecto, calcular los lados de un triángulo y demás. Fue encontrando las proporciones entre las figuras, y todo en secreto, latente y vibrante, a espaldas de todo el mundo. Como nunca había visto un libro de matemáticas ni había hablado con nadie sobre el tema no conocía la terminología y al círculo le decía redondel, a la línea barra, etcétera. Fue avanzando, hizo axiomas, y, una cosa lleva a la otra, llegó a descubrir hasta la trigésimo segunda proposición del primer libro de Euclides. Su papá lo descubrió, no lo pudo creer, lloró. A los ocho años Pascal había, de algún modo, inventado las matemáticas. Nadie pudo negarle los libros, el papá entendió que no podía seguir encerrando esa cabeza, y Pe siguió estudiando matemáticas, solo, sin maestros, en sus ratos de recreo. A los 16 años ya era una eminencia en Paris. A los 18 empezó a estar mal de salud. A los 19 inventó la primera calculadora. A los 23 ya tenía escrito un tratado sobre el vacío que dicen que es una joya. Se basa en el descubrimiento de que todos los fenómenos atribuidos al horror del vacío no son causados por el vacío sino por el peso del aire.
A los veinticuatro vio a Dios, y, cuenta su hermana Gilberte Pascal, “renunció a los demás conocimientos, para dedicarse únicamente a lo único que Jesucristo considera necesario”.
En el principio fue la certeza de que todo lo que es objeto de la fe no lo es de la razón. Pascal, inconsciente de lo que el pensamiento geométrico había hecho en su modo de entender a Dios, niega a la razón, niega a las matemáticas. Se sometió, dice su hermana, “como un niño” a los asuntos de la religión. Ni siquiera se interesó por el desarrollo de la Teología, despreciaba todas las ramas del intelecto y la filosofía. La única obra que quiso publicar en su vida, hoy conocida como los Pensamientos, es un compendio de anotaciones sueltas. Se siguió enfermando.
Entre otras molestias, le ocurría que no podía tragar nada líquido a no ser que estuviera caliente, e, incluso, solamente podía tomarlo gota a gota. Pero como además tenía un dolor de cabeza insoportable y un excesivo ardor de vientre tenía que tomar una serie de medicinas cada dos días, que había que calentárselas y hacérselas tragar gota a gota, sin que nunca se haya quejado. A los treinta años se retiró del mundo. Renunció “a todo placer y superfluidad”. Prescindió de sus empleados salvo para buscar comida en la ciudad, porque su enfermedad le prohibía trasladarse. Se aprendió la Biblia de memoria. Era impresionantemente elocuente para expresar sus ideas, simple e intenso. Entregó su vida a convencer ateos y a dar consejos y aclaraciones a católicos con problemas de fe. Como el contacto con la gente muchas veces le daba placer, se hizo un cinturón de hierro lleno de puntas hacia adentro al que daba codazos cada vez que tenía una idea vanidosa o se regocijaba en algún razonamiento. No le permitía a nadie amarlo demasiado, “con apego”, porque creía que el único apego que hay que tener es hacia Dios. Donó todo. Tenía un estoicismo olímpico frente a la enfermedad, “porque conozco los peligros de la salud y las ventajas de la enfermedad”. “La enfermedad es el estado natural de los cristianos”, decía. Murió a los 39 años y dos meses de edad.
El año pasado estuve con mi novia en la montaña. Fue mi primer encuentro violento con la naturaleza. Durante esos 20 días de silencio, frente a un paisaje sin texto, leí solamente los Pensamientos de Pascal, una vez y otra, escribiendo en todos los márgenes del libro con dos lapiceras, una azul y otra verde. Esta noche (son las cuatro y cuarto de la madrugada del 14 de julio de 2009) volví a encontrar ese libro roto, escrito y desprolijo. Con Mari, mi novia, estamos mal, y pensar en ese viaje me angustia del todo. Los gatos duermen. Mi biblioteca está ordenada, el resto de la casa es un desastre. Cuando termine de escribir esto voy a andar en bicicleta por la ciudad hasta que amanezca.
En el margen, al final del artículo I del libro, escribí:
La crítica de Pascal es a la simplificación del hombre que, egoísticamente, supone que nuestra raza fue “arrojada” en un mundo (P. pareciera parodiar al existencialismo 200 años antes de Kierkgaard). Creo que Dios para Pascal es algo parecido al prana, una fuerza que está y respira en todas las cosas de la naturaleza, entre las que somos una más, y derivamos de las demás, y estamos en las demás, y siempre que pensemos y verbalicemos lo vamos a hacer desde las demás, ya que no tenemos una creatividad que invente elementos nuevos, sino que combina los conocidos, y todos los conocidos son anteriores, y todo lo anterior al hombre es naturaleza, es dios. Nuestro principio y nuestro fin es ese dios del que somos una parte minúscula, tan incapaz de entender a la totalidad que se siente “arrojada”, “ajena”.
El Artículo II empieza así:
INFINITO. NADA
Nuestra alma es echada en el cuerpo, en que ella encuentra número, tiempo, dimensión. Ella razona sobre esto, y llama a esto naturaleza, necesidad, y no puede creer en otra cosa.
La unidad añadida a lo infinito no le aumenta en nada, no más que un pie añadido a una medida infinita, y se convierte en pura nada. Así nuestro espíritu ante Dios. Así nuestra justicia ante la justicia divina.
(la traducción es de Carlos Ortega con correcciones mías)
Hago dos anotaciones, y desde ahora Pascal en común y yo en cursiva:
Las leyes de la naturaleza son la justicia de dios que tenemos que ver y entender. Es severa y bella. Que “severo”, que algunos “cruel” sean negativos es problema nuestro. El miedo a la muerte, al despedazamiento (a la naturaleza) son problemas nuestros. De ahí los errores de la justicia humana.
En dios no hay lenguaje ni valores. El lenguaje es humano, los modelos que lo rigen son el “número, tiempo, dimensión” de nuestro cuerpo, son nuestra respiración. ¿La música?
Sigue P.:
Nosotros conocemos que hay un infinito e ignoramos su naturaleza, como sabemos que es falso que los números sean finitos; hay, pues, en verdad, un infinito en número, pero nosotros ignoramos lo que sea. Es falso que sea par y es falso que sea impar; porque añadiéndole una unidad no cambia de naturaleza; sin embargo es un número, y todo número es par o impar; verdad es que esto se entiende de todos los números infinitos.
Todo lo incomprensible, lo que nos es imposible, inabarcable, inestudiable, se llama dios.
Acepta lo incomprensible, la imposibilidad humana, pero solo ante dios.
La naturaleza de un hombre es la de la religión que elija. El estudio de la religión es el estudio de la verdadera naturaleza humana.
Ninguna religión, sino la nuestra, ha enseñado que el hombre nace del pecado.
La verdad como método.
Toda la conducta de las cosas debe tener por objeto el establecimiento y grandeza de la religión; los hombres deben tener en sí mismos sentimientos conformes con lo que ella nos enseña; y, en fin, ella debe ser totalmente el objeto y el centro a que todas las cosas tienden, que cualquiera que conozca los principios de la religión pueda dar razón de toda la naturaleza del hombre en particular, y de toda la conducta del mundo en general.
(…) Ella enseña, pues, a los hombres estas dos verdades a la vez: que hay un Dios de quien los hombres son capaces, y que hay una corrupción en la naturaleza que les hace indignos de ella.
Las grandezas y las miserias del hombre son tan visibles que es necesario que la verdadera religión nos enseñe que hay un gran principio de la grandeza del hombre, y que hay un gran principio de esta grandeza.
La religión como Vía, construída de materiales humanos, hacia lo divino. Sin una vía el infinito es invisible, pero la vía no es el infinito, la vía es humana, o ni siquiera: está construída por humanos, no es divina, no es ni humana.
Cada uno tiene la vía que pudo tener, cada uno es responsable de la suya.
¿Qué será del hombre? ¿Será igual a Dios o a las bestias? ¡Qué espantosa distancia! ¿Qué seremos, pues? ¿Quién no ve en eso que el hombre ande perdido, que ha caído de su lugar, que lo busca con inquietud, que no puede volverlo a encontrar?
Yo: hacer un producto para dios Y para las bestias.
En vano, oh mortales, buscáis en vosotros mismos el remedio a vuestras miserias. Todas vuestras luces no pueden alcanzar sino a conocer que no es dentro de vosotros mismos donde encontraréis la verdad del bien.
¿En Dios que está en este pasto?
Todo lo creado por el hombre es cognoscible y estudiable. Todo lo no creado por el hombre es inabarcable, es Dios. En términos absolutos. Veo este pasto y no hay ninguna cosa que sepa de él. Veo este libro y sé todo de él.
No esperéis, pues, verdad ni consuelo de los hombres. Yo soy la que os ha formado y yo sola puedo enseñaros lo que sois.
“La prueba de la naturaleza” que dice Juanele que dice Machado: Oponernos en soledad a ella para pensar en nosotros. La naturaleza no nos responde?
Para trascender pensar en el origen.
He aquí el estado en que los hombres se encuentran hoy. Les queda, de su primera naturaleza, algún instinto poderoso de felicidad; pero están sumergidos en las miserias de su ceguera y de su concupiscencia, que se ha convertido en su segunda naturaleza.
Conocer al hombre solo es posible conociendo su origen en la naturaleza, que estructura todo su pensar, sentir y hablar.
Nada choca a la razón tanto como decir que el pecado del primer hombre haya hecho culpables a todos aquellos que estando alejados de esta fuente parecen incapaces de participar de ella. Este derramarse del pecado no solo nos parece imposible: nos parece, además, muy injusto.
El hombre es naturaleza corrompida.
El cristianismo es extraño: ordena al hombre que reconozca que es vil y hasta abominable y le ordena que quiera parecerse a Dios. Sin un tal contrapeso esta elevación le convertiría en horriblemente vano, o aquel rebajamiento lo haría horriblemente abyecto.
Las vías del hombre deben ser contradictorias. Por una defensa de la contradicción.
No se encuentra en la religión cristiana ni un rebajamiento que convierte en incapaces del bien ni una santidad exenta de mal.
No hay doctrina más propia del hombre que ésta, que le instruye en su doble capacidad de recibir y de perder la gracia, a causa del doble peligro a que está siempre expuesto, de desesperación, y de orgullo.
La suprema adquisición de la razón consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan. Cuando no conoce esto, la razón es débil. Dúdese donde es debido, afírmese donde es debido, empléese la sumisión donde es debido.
La fe dice, en verdad, lo que los sentidos no dicen, pero no lo contrario. Está por encima, no en contra.
La búsqueda de Dios (de la naturaleza, lo incomprensible, el infinito) se dio en la observación de Dios: La observación de Yo -menos- Lo Humano (lo no-Dios) = Lo Dios en Yo. La observación de la naturaleza.
Dios + humano observa a Dios = restar lo humano.
Odiamos eso de lo que queremos deshacernos cuando miramos la naturaleza, lo que nos sobra para ser uno con -.
Representarnos que Lo Humano desaparece para acercarnos a la estructura pura (que está en la naturaleza, sin lo humano).
Lo Humano es argumento.
Lo Divino es forma, estructura.
La religión es la vía para deshacernos del argumento y quedarnos con la forma.
—————- Lo Bueno, para mí, es ese Equilibrio.
La gracia no es más que la figura de la gracia, porque aquella no es el último fin. Ha sido figurada por la ley, y figura, a la vez, la gloria; pero ella es a la vez la figura y el principio o la causa.
Para mostrar que el Antiguo Testamento no es sino figuras, y que por los bienes temporales los profetas entendían otros bienes, basta pensar en que primeramente aquello sería indigno de un Dios. En segundo lugar, que sus discursos son oscuros, y que su sentido no será entendido, de lo cual aparece que su sentido no es el que expresaban al descubierto, y que, por consiguiente, entendían hablar de otros sacrificios, de otro libertador, etc. Decían que no se entenderá eso hasta el fin de los tiempos (Jeremías XXXIII, últ.)
La tercera prueba es que sus discursos son contradictorios y se destruyen, de suerte que, si se piensa que ellos no han entendido por la ley y por sacrificios otra cosa que los de Moisés, hay contradicción manifiesta y grosera: por consiguiente, ellos entendían otra cosa, lo cual explica que se contradijeran a veces en un mismo capítulo.
Contradicción como ampliador.
Pensar cómo un genio precisa maravillarse frente a lo que supera su razón: cómo lo busca.
(El designio de Dios es el de perfeccionar más la voluntad que el entendimiento. Pero la claridad perfecta no serviría más que el entendimiento, y perjudicaría a la voluntad.) Si no hubiese oscuridad, el hombre no sentiría su corrupción. Si no hubiese luz, el hombre no esperaría remedio. Así es, no solamente justo, sino útil para nosotros, que Dios esté en parte oculto, y en parte descubierto; ya que tan nocivo es conocer a Dios sin conocer la propia miseria como conocer la propia miseria sin conocer a Dios.
Buscar otros propósitos que pueda tener la oscuridad, además de los que señala Pascal en la Biblia.
- Por contraste: generar misterio en textos ricos desde su claridad.
- Como generadora de energía: crea en el lector un esfuerzo que posteriormente se sostendrá en partes menos oscuras.
- Como recreadora del efecto místico de una experiencia.
- Como presencia donde con claridad y desarrollo de ideas se progresó hacia lo innombrable.
- Como contrapunto, para transitar diversos registros.
La oscuridad en sí misma tiene un efecto pobre e insuficiente pero en dosis justas transmite experiencias de trascendencia muy alta.
Voy por la mitad del libro y estoy cansado de transcribir. Me acuerdo del momento en el que hice cada anotación, me muero de nostalgia viéndola a Mari buscar ramas secas mientras atardece para hacer una fogata y comer una polenta con vino en la orilla del lago Natación, con un frío de cagarse en pleno enero, dándole vueltas en mi cabeza a la relación entre la geometría y las búsquedas espirituales, entre el cuerpo y lo abstracto, la respiración y la inexistencia del tiempo. ¿Pascal de verdad tomó la decisión de dedicarse a la vía mística? ¿Tuvo la opción? ¿Decidió ser un genio en las matemáticas? ¿Decidió extremar la fuerza de su enfermedad, de su terror, para sentirse más humilde, más cerca de Dios?
Porque yo siento que nunca en mi vida tomé una decisión. Nunca me dieron a elegir.
Supongo que Osvaldo Lamborghini también se estaría sintiendo un poco como Pascal mientras, antes de morir, iba eligiendo las catorce palabras de su último poema:


no escribió
poesía
sin
embargo
la tenía

Toda
adentro: igual
desdeñoso
impertérrito
NO
ELEGÍA

viernes, 26 de septiembre de 2014

Ana, apagá las velas
y hablemos mejor
sin vernos. El dolor
de las ramitas de la fresia
que se dice nada más
en este invierno
entra menos en la casa
con las velas apagadas,
sin vernos.
Ana, sacá la cabeza
de la almohada, debería
haberte dicho esta tarde
que esa almohada, que es de invierno
cuando recibe al bordado de tu nuca
como cuando el mar recibe al tiempo
me paraliza el ambiente,
me entristece.
Ahora sí puedo
quererte como quiero
a mis invitados.
Y hablarte como les hablo.
Y cocinarte unos ravioles
y besarte los pies: lo básico.
Ana, me gustaría que me cuentes
los pliegues de la espalda
así sin vernos: al tacto.
Y yo al tacto
del bordado de tu nuca
ver tu sueño.
Quiero ser tu almohada, tu pantufla
y el dolor de las fresias
de este invierno.
Ver al tacto tu sueño, Ana.
Tu sueño de invitada,
de huesped. ¿Humo?
No, no puede haber humo
en mi casa.
Así que pasame
tu nuca: hija cansada, hija cansada,
con los pliegues del cansancio
de la ramita dolorida
de este invierno.
Afuera de la casa no hay nada, Ana,
tranquilizate
y escuchá tu sueño.
Va a decir
que no te quiero lastimar.
Conozco bien mi casa: afuera de mi casa
no hay nada. Olvidate
y no supongas.
Ravioles
y besos en los pies: lo básico.
Sin vernos, Ana: acá sí hay cosas.
La costura de tu nuca
no está igual que antes.
Apuremos
el festejo.
Tocá la vela apagada.
¿Humo? Imposible.
¿Aves
chillando? Tampoco, Ana: afuera
no hay nada.
Será tu sueño
o mi estómago.
¿Recuerdos? No: no hay nada
afuera. Esto:
nada más.
¿Recuerdos de amores
breves e inolvidables? No molestes, Ana:
nada.
Esto
solo.
Sin
Vernos.
Ahora sí
te siento tranquila.
Tenías que llegar
a este momento: terrón de azucar
para usted.
Luna tampoco, Ana, luna tampoco: nada
afuera. Nademos
acá. Chirlo
para usted.
Qué pupilas, qué ritmo de pupilas,
sos hermosa.
Las pupilas y los chirlos
sincronizan: lo básico.
Tenías que llegar
a este momento: ahora descansemos
como dos nubes. Terrón de azucar
para usted.
Ana, ¿estás despierta?
Era cierto lo del humo,
para no preocuparte
te inventé un sueño.
No, no había sueño.
Sí, había humo
y aves chillando, y luna, y recuerdos.
Pero estuvieron lindos los chirlos y el azúcar,
¿no, Ana? Besos en los pies, Ana,
besos en los pies.