Cada cierta cantidad de tiempo, en épocas de crisis, me obsesiono con
Pascal y no puedo pensar en otra cosa.
Era un genio, y
desde que su mamá se murió su papá se ocupó de educarlo. Le preparó un programa
bastante estricto; por ejemplo, se le prohibía estudiar latín y griego hasta
los 12 años para no descuidar la gramática francesa, etcétera. Una de las
materias que tenía prohibidas eran las matemáticas. Una vez, curioso, le
preguntó a su papá qué era esa ciencia que tenía oculta, y el papá a grandes
rasgos le habló de la geometría, le dijo que es un medio para construir figuras
exactas y para encontrar las proporciones que tienen entre sí, y le hizo
prometer no volver a preguntar ni pensar en eso. Entonces Pe se puso por la
suya a investigar, dibujando en las baldozas de la vereda con carbón,
encontrando la manera de dibujar un círculo perfecto, calcular los lados de un
triángulo y demás. Fue encontrando las proporciones entre las figuras, y todo
en secreto, latente y vibrante, a espaldas de todo el mundo. Como nunca había
visto un libro de matemáticas ni había hablado con nadie sobre el tema no
conocía la terminología y al círculo le decía redondel, a la línea barra,
etcétera. Fue avanzando, hizo axiomas, y, una cosa lleva a la otra, llegó a
descubrir hasta la trigésimo segunda proposición del primer libro de Euclides.
Su papá lo descubrió, no lo pudo creer, lloró. A los ocho años Pascal había, de
algún modo, inventado las matemáticas. Nadie pudo negarle los libros, el papá
entendió que no podía seguir encerrando esa cabeza, y Pe siguió estudiando
matemáticas, solo, sin maestros, en sus ratos de recreo. A los 16 años ya era
una eminencia en Paris. A los 18 empezó a estar mal de salud. A los 19 inventó
la primera calculadora. A los 23 ya tenía escrito un tratado sobre el vacío que
dicen que es una joya. Se basa en el descubrimiento de que todos los fenómenos
atribuidos al horror del vacío no son causados por el vacío sino por el peso
del aire.
A los veinticuatro
vio a Dios, y, cuenta su hermana Gilberte Pascal, “renunció a los demás
conocimientos, para dedicarse únicamente a lo único que Jesucristo considera
necesario”.
En el principio fue
la certeza de que todo lo que es objeto de la fe no lo es de la razón. Pascal, inconsciente
de lo que el pensamiento geométrico había hecho en su modo de entender a Dios,
niega a la razón, niega a las matemáticas. Se sometió, dice su hermana, “como
un niño” a los asuntos de la religión. Ni siquiera se interesó por el desarrollo
de la Teología, despreciaba todas las ramas del intelecto y la filosofía. La
única obra que quiso publicar en su vida, hoy conocida como los Pensamientos,
es un compendio de anotaciones sueltas. Se siguió enfermando.
Entre otras
molestias, le ocurría que no podía tragar nada líquido a no ser que estuviera
caliente, e, incluso, solamente podía tomarlo gota a gota. Pero como además
tenía un dolor de cabeza insoportable y un excesivo ardor de vientre tenía que
tomar una serie de medicinas cada dos días, que había que calentárselas y
hacérselas tragar gota a gota, sin que nunca se haya quejado. A los treinta
años se retiró del mundo. Renunció “a todo placer y superfluidad”. Prescindió
de sus empleados salvo para buscar comida en la ciudad, porque su enfermedad le
prohibía trasladarse. Se aprendió la Biblia de memoria. Era impresionantemente
elocuente para expresar sus ideas, simple e intenso. Entregó su vida a
convencer ateos y a dar consejos y aclaraciones a católicos con problemas de
fe. Como el contacto con la gente muchas veces le daba placer, se hizo un
cinturón de hierro lleno de puntas hacia adentro al que daba codazos cada vez
que tenía una idea vanidosa o se regocijaba en algún razonamiento. No le
permitía a nadie amarlo demasiado, “con apego”, porque creía que el único apego
que hay que tener es hacia Dios. Donó todo. Tenía un estoicismo olímpico frente
a la enfermedad, “porque conozco los peligros de la salud y las ventajas de la
enfermedad”. “La enfermedad es el estado natural de los cristianos”, decía.
Murió a los 39 años y dos meses de edad.
El año pasado
estuve con mi novia en la montaña. Fue mi primer encuentro violento con la
naturaleza. Durante esos 20 días de silencio, frente a un paisaje sin texto,
leí solamente los Pensamientos de Pascal, una vez y otra, escribiendo en todos
los márgenes del libro con dos lapiceras, una azul y otra verde. Esta noche
(son las cuatro y cuarto de la madrugada del 14 de julio de 2009) volví a
encontrar ese libro roto, escrito y desprolijo. Con Mari, mi novia, estamos
mal, y pensar en ese viaje me angustia del todo. Los gatos duermen. Mi
biblioteca está ordenada, el resto de la casa es un desastre. Cuando termine de
escribir esto voy a andar en bicicleta por la ciudad hasta que amanezca.
En el margen, al
final del artículo I del libro, escribí:
La crítica de
Pascal es a la simplificación del hombre que, egoísticamente, supone que
nuestra raza fue “arrojada” en un mundo (P. pareciera parodiar al
existencialismo 200 años antes de Kierkgaard). Creo que Dios para Pascal es
algo parecido al prana, una fuerza que está y respira en todas las cosas de la
naturaleza, entre las que somos una más, y derivamos de las demás, y estamos en
las demás, y siempre que pensemos y verbalicemos lo vamos a hacer desde las
demás, ya que no tenemos una creatividad que invente elementos nuevos, sino que
combina los conocidos, y todos los conocidos son anteriores, y todo lo anterior
al hombre es naturaleza, es dios. Nuestro principio y nuestro fin es ese dios
del que somos una parte minúscula, tan incapaz de entender a la totalidad que
se siente “arrojada”, “ajena”.
El Artículo II
empieza así:
INFINITO. NADA
Nuestra alma es
echada en el cuerpo, en que ella encuentra número, tiempo, dimensión. Ella
razona sobre esto, y llama a esto naturaleza, necesidad, y no puede creer en
otra cosa.
La unidad añadida a
lo infinito no le aumenta en nada, no más que un pie añadido a una medida
infinita, y se convierte en pura nada. Así nuestro espíritu ante Dios. Así
nuestra justicia ante la justicia divina.
(la traducción es
de Carlos Ortega con correcciones mías)
Hago dos
anotaciones, y desde ahora Pascal en común y yo en cursiva:
Las leyes de la
naturaleza son la justicia de dios que tenemos que ver y entender. Es severa y
bella. Que “severo”, que algunos “cruel” sean negativos es problema nuestro. El
miedo a la muerte, al despedazamiento (a la naturaleza) son problemas nuestros.
De ahí los errores de la justicia humana.
En dios no hay
lenguaje ni valores. El lenguaje es humano, los modelos que lo rigen son el
“número, tiempo, dimensión” de nuestro cuerpo, son nuestra respiración. ¿La
música?
Sigue P.:
Nosotros conocemos
que hay un infinito e ignoramos su naturaleza, como sabemos que es falso que
los números sean finitos; hay, pues, en verdad, un infinito en número, pero
nosotros ignoramos lo que sea. Es falso que sea par y es falso que sea impar;
porque añadiéndole una unidad no cambia de naturaleza; sin embargo es un
número, y todo número es par o impar; verdad es que esto se entiende de todos
los números infinitos.
Todo lo
incomprensible, lo que nos es imposible, inabarcable, inestudiable, se llama
dios.
Acepta lo
incomprensible, la imposibilidad humana, pero solo ante dios.
La naturaleza de un
hombre es la de la religión que elija. El estudio de la religión es el estudio
de la verdadera naturaleza humana.
Ninguna religión,
sino la nuestra, ha enseñado que el hombre nace del pecado.
La verdad como
método.
Toda la conducta de
las cosas debe tener por objeto el establecimiento y grandeza de la religión;
los hombres deben tener en sí mismos sentimientos conformes con lo que ella nos
enseña; y, en fin, ella debe ser totalmente el objeto y el centro a que todas
las cosas tienden, que cualquiera que conozca los principios de la religión
pueda dar razón de toda la naturaleza del hombre en particular, y de toda la
conducta del mundo en general.
(…) Ella enseña,
pues, a los hombres estas dos verdades a la vez: que hay un Dios de quien los
hombres son capaces, y que hay una corrupción en la naturaleza que les hace
indignos de ella.
Las grandezas y las
miserias del hombre son tan visibles que es necesario que la verdadera religión
nos enseñe que hay un gran principio de la grandeza del hombre, y que hay un
gran principio de esta grandeza.
La religión como
Vía, construída de materiales humanos, hacia lo divino. Sin una vía el infinito
es invisible, pero la vía no es el infinito, la vía es humana, o ni siquiera:
está construída por humanos, no es divina, no es ni humana.
Cada uno tiene la
vía que pudo tener, cada uno es responsable de la suya.
¿Qué será del
hombre? ¿Será igual a Dios o a las bestias? ¡Qué espantosa distancia! ¿Qué
seremos, pues? ¿Quién no ve en eso que el hombre ande perdido, que ha caído de
su lugar, que lo busca con inquietud, que no puede volverlo a encontrar?
Yo: hacer un
producto para dios Y para las bestias.
En vano, oh
mortales, buscáis en vosotros mismos el remedio a vuestras miserias. Todas
vuestras luces no pueden alcanzar sino a conocer que no es dentro de vosotros
mismos donde encontraréis la verdad del bien.
¿En Dios que está
en este pasto?
Todo lo creado por
el hombre es cognoscible y estudiable. Todo lo no creado por el hombre es
inabarcable, es Dios. En términos absolutos. Veo este pasto y no hay ninguna
cosa que sepa de él. Veo este libro y sé todo de él.
No esperéis, pues,
verdad ni consuelo de los hombres. Yo soy la que os ha formado y yo sola puedo
enseñaros lo que sois.
“La prueba de la
naturaleza” que dice Juanele que dice Machado: Oponernos en soledad a ella para
pensar en nosotros. La naturaleza no nos responde?
Para trascender
pensar en el origen.
He aquí el estado en
que los hombres se encuentran hoy. Les queda, de su primera naturaleza, algún
instinto poderoso de felicidad; pero están sumergidos en las miserias de su
ceguera y de su concupiscencia, que se ha convertido en su segunda naturaleza.
Conocer al hombre
solo es posible conociendo su origen en la naturaleza, que estructura todo su
pensar, sentir y hablar.
Nada choca a la
razón tanto como decir que el pecado del primer hombre haya hecho culpables a
todos aquellos que estando alejados de esta fuente parecen incapaces de
participar de ella. Este derramarse del pecado no solo nos
parece imposible: nos parece, además, muy injusto.
El hombre es
naturaleza corrompida.
El cristianismo es
extraño: ordena al hombre que reconozca que es vil y hasta abominable y le
ordena que quiera parecerse a Dios. Sin un tal contrapeso esta elevación le
convertiría en horriblemente vano, o aquel rebajamiento lo haría horriblemente
abyecto.
Las vías del hombre
deben ser contradictorias. Por una defensa de la contradicción.
No se encuentra en
la religión cristiana ni un rebajamiento que convierte en incapaces del bien ni
una santidad exenta de mal.
No hay doctrina más
propia del hombre que ésta, que le instruye en su doble capacidad de recibir y
de perder la gracia, a causa del doble peligro a que está siempre expuesto, de
desesperación, y de orgullo.
La suprema
adquisición de la razón consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas
que la sobrepasan. Cuando no conoce esto, la razón es débil. Dúdese donde es
debido, afírmese donde es debido, empléese la sumisión donde es debido.
La fe dice, en
verdad, lo que los sentidos no dicen, pero no lo contrario. Está por encima, no
en contra.
La búsqueda de Dios
(de la naturaleza, lo incomprensible, el infinito) se dio en la observación de
Dios: La observación de Yo -menos- Lo Humano (lo no-Dios) = Lo Dios en Yo. La
observación de la naturaleza.
Dios + humano
observa a Dios = restar lo humano.
Odiamos eso de lo
que queremos deshacernos cuando miramos la naturaleza, lo que nos sobra para
ser uno con -.
Representarnos que
Lo Humano desaparece para acercarnos a la estructura pura (que está en la
naturaleza, sin lo humano).
Lo Humano es
argumento.
Lo Divino es forma,
estructura.
La religión es la
vía para deshacernos del argumento y quedarnos con la forma.
—————- Lo Bueno,
para mí, es ese Equilibrio.
La gracia no es más
que la figura de la gracia, porque aquella no es el último fin. Ha sido
figurada por la ley, y figura, a la vez, la gloria; pero ella es a la vez la
figura y el principio o la causa.
Para mostrar que el
Antiguo Testamento no es sino figuras, y que por los bienes temporales los
profetas entendían otros bienes, basta pensar en que primeramente aquello sería
indigno de un Dios. En segundo lugar, que sus discursos son oscuros, y que su
sentido no será entendido, de lo cual aparece que su sentido no es el que
expresaban al descubierto, y que, por consiguiente, entendían hablar de otros
sacrificios, de otro libertador, etc. Decían que no se entenderá eso hasta el
fin de los tiempos (Jeremías XXXIII, últ.)
La tercera prueba
es que sus discursos son contradictorios y se destruyen, de suerte que, si se
piensa que ellos no han entendido por la ley y por sacrificios otra cosa que
los de Moisés, hay contradicción manifiesta y grosera: por consiguiente, ellos
entendían otra cosa, lo cual explica que se contradijeran a veces en un mismo
capítulo.
Contradicción como
ampliador.
Pensar cómo un
genio precisa maravillarse frente a lo que supera su razón: cómo lo busca.
(El designio de
Dios es el de perfeccionar más la voluntad que el entendimiento. Pero la claridad
perfecta no serviría más que el entendimiento, y perjudicaría a la voluntad.)
Si no hubiese oscuridad, el hombre no sentiría su corrupción. Si no hubiese
luz, el hombre no esperaría remedio. Así es, no solamente justo, sino útil para
nosotros, que Dios esté en parte oculto, y en parte descubierto; ya que tan
nocivo es conocer a Dios sin conocer la propia miseria como conocer la propia
miseria sin conocer a Dios.
Buscar otros
propósitos que pueda tener la oscuridad, además de los que señala Pascal en la
Biblia.
- Por contraste:
generar misterio en textos ricos desde su claridad.
- Como generadora
de energía: crea en el lector un esfuerzo que posteriormente se sostendrá en
partes menos oscuras.
- Como recreadora
del efecto místico de una experiencia.
- Como presencia
donde con claridad y desarrollo de ideas se progresó hacia lo innombrable.
- Como contrapunto,
para transitar diversos registros.
La oscuridad en sí
misma tiene un efecto pobre e insuficiente pero en dosis justas transmite
experiencias de trascendencia muy alta.
Voy por la mitad
del libro y estoy cansado de transcribir. Me acuerdo del momento en el que hice
cada anotación, me muero de nostalgia viéndola a Mari buscar ramas secas mientras
atardece para hacer una fogata y comer una polenta con vino en la orilla del
lago Natación, con un frío de cagarse en pleno enero, dándole vueltas en mi cabeza a la relación entre la geometría y las búsquedas espirituales,
entre el cuerpo y lo abstracto, la respiración y la inexistencia del tiempo.
¿Pascal de verdad tomó la decisión de dedicarse a la vía mística? ¿Tuvo la
opción? ¿Decidió ser un genio en las matemáticas? ¿Decidió extremar la fuerza
de su enfermedad, de su terror, para sentirse más humilde, más cerca de Dios?
Porque yo siento
que nunca en mi vida tomé una decisión. Nunca me dieron a elegir.
Supongo que Osvaldo
Lamborghini también se estaría sintiendo un poco como Pascal mientras, antes de morir, iba eligiendo las
catorce palabras de su último poema:
no escribió
poesía
sin
embargo
la tenía
Toda
adentro: igual
desdeñoso
impertérrito
NO
ELEGÍA
poesía
sin
embargo
la tenía
Toda
adentro: igual
desdeñoso
impertérrito
NO
ELEGÍA
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