El movimiento de
su aire estaba bien regulado. Una buena tarde, seguida por una buena noche. Una
persona cerca, hablando a veces, casi incapaz de hacer el mal. Chanchos. La luz, el
color, saben que pueden empezar a lamer. Así bajó otro día, en el centro de algo, no
importa de qué.
Intentando que sus
palabras pasen inadvertidas como el viento en la oreja o el movimiento de
los pastos cuando un animal se esconde. Una parte desarrollaba la musculatura.
Otra parte se interesaba nada más que en dejar crecer las fantasías. Ninguna
ciencia, en un lugar como este, sirve para nada.
La novia duerme,
el perro duerme, los chanchos duermen. Una noche así puede aturdir a las
personas de a una. Copiar a las personas, de a una. Su madurar no excluye lo
aprendido durante el día. Las bananas, oscurecidas y ablandadas por el sol, se
van incluyendo en el madurar de la noche. Una película tranquila en todo el
ventanal. Algo, de lejos, muge sin motivo.
Noche, telas, qué
esconden, esconden a mamá, esconden a papá, a los tíos, a la cena que aturdía,
al recuerdo de mascotas viejas. Noche, hilo, moho, qué madurez rápida, gracias
por incluirme. Cielo azul, búho, maizal, una persona cerca.
No exagerar, pero
estar disponible a la negrura. Piramidal, funesta, de la tierra. Paciencia y
sacrificio, como podría aconsejarte cualquier mujer. Para construir el hilo de
cualquier relato. Llega eso que precisa de más paciencia y sacrificio cuando se
cuenta que cuando se vive, y ahí nace el río.
Ahí nace la corriente,
el ecosistema. Faltan un millón de horas y estoy en silencio.
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