Encontré un huevo, redondísimo, que tenía vino adentro, escondido entre mis dos sábanas (que se arrugan sin parar desde hace un mes) y, como era azul, entre el blanco de mi cuarto me despertó.
Había dos chicas que me miraban, dejándome de querer. Querían romperlo, poner su vino en mis tazas y beberlo. Pero yo no, así que me dejaban de querer. Su pelo era negro y muy corto, lindo.
Las tuve que echar, eran insistentes, agotadoras, demasiado imaginativas. Esa tarde di un paseo. Estuve solo una semana entera. Después vendí mi huevo, inventé una canción y volví a tener amigas.
***
Cuando abrí los ojos (el tren iba rapidísimo) ya todas las mujeres me insultaban. Qué flaquito tonto. Por culpa suya todas tenemos que. Si no fuera tan imbécil este tren iría mejor. Un paisaje entero, eran. Con horizonte y todo.
De entre todas me gustaba una. Lo que la distinguía eran los huesitos de los hombros. Pero insultaba igual, o (quise, mintiéndome, creer) casi, igual.
Me fui de ahí volando. No me siguieron más de cinco minutos. Hoy salí a comprar hongos, después de trabajar en el alambrado de la casa chica, y de golpe me acordé de que tengo siete años y ya me sé cuidar solo.
***
Estaba inmóvil, de pie, no sabía hacia donde caminar.
Vi hacerse de noche y horas después vi hacerse de día.
No pensaba, quiero decir, pensaba mucho, pero en cosas insignificantes. Hasta que todas se acabaron y quedó nada más una canción tonta.
Los teros estaban dele molestarme. Igual, a mí no me importa.
Después decidí pasear un rato, antes de volver a casa y preparar mi almuerzo.
***
Papá estaba triste de que las cinco hermanas gustemos del mismo hombre hermoso, y de que él nos sepa aprovechar. Es que en todo el campo nadie tenía tantas alas de ese tipo (con bordes color de vino) ni en su cuerpo tantos juegos divertidos. Para mirarlo usábamos caperuzas con color de vino, y, apenas nos dábamos vuelta dejando de mirarlo, se nos llenaba adentro de la cabeza con un montón de tormentas que se odian entre sí.
Un día papá salió a cazar liebres. Volvió con las manos vacías y de todas nada más vio a Jazmín, que tiene nueve años y ya sabe bailar y cantar tan bien como cualquiera de nosotras. Se puso más triste todavía y, de un chispazo, se quedó para siempre sin recuerdos.
martes, 18 de marzo de 2014
miércoles, 12 de marzo de 2014
Todas las raíces
como estuches
alrededor
de nada
incapaces
de dejar de lado
lo sucio
de lo blanco
de tus ojos,
de tu época
particular.
Con encanto
encuentro
una tradición
de ciudades
sin territorio,
de sonidos
constantes
en lo efímero
de las palabras.
Lo transparente
en la parte visible
de las raíces,
lo que queda
del rostro,
la maldad
en las arrugas,
los cajones
en fila
con el violeta
desparramado
lunes, 10 de marzo de 2014
El movimiento de
su aire estaba bien regulado. Una buena tarde, seguida por una buena noche. Una
persona cerca, hablando a veces, casi incapaz de hacer el mal. Chanchos. La luz, el
color, saben que pueden empezar a lamer. Así bajó otro día, en el centro de algo, no
importa de qué.
Intentando que sus
palabras pasen inadvertidas como el viento en la oreja o el movimiento de
los pastos cuando un animal se esconde. Una parte desarrollaba la musculatura.
Otra parte se interesaba nada más que en dejar crecer las fantasías. Ninguna
ciencia, en un lugar como este, sirve para nada.
La novia duerme,
el perro duerme, los chanchos duermen. Una noche así puede aturdir a las
personas de a una. Copiar a las personas, de a una. Su madurar no excluye lo
aprendido durante el día. Las bananas, oscurecidas y ablandadas por el sol, se
van incluyendo en el madurar de la noche. Una película tranquila en todo el
ventanal. Algo, de lejos, muge sin motivo.
Noche, telas, qué
esconden, esconden a mamá, esconden a papá, a los tíos, a la cena que aturdía,
al recuerdo de mascotas viejas. Noche, hilo, moho, qué madurez rápida, gracias
por incluirme. Cielo azul, búho, maizal, una persona cerca.
No exagerar, pero
estar disponible a la negrura. Piramidal, funesta, de la tierra. Paciencia y
sacrificio, como podría aconsejarte cualquier mujer. Para construir el hilo de
cualquier relato. Llega eso que precisa de más paciencia y sacrificio cuando se
cuenta que cuando se vive, y ahí nace el río.
Ahí nace la corriente,
el ecosistema. Faltan un millón de horas y estoy en silencio.
Entonces se te ocurrió que el amor es otra cosa.
Estamos de acuerdo, nadie
tiene demasiadas ganas. Hace calor para esta época del año.
La suciedad del piso, el olor a cigarrillo.
De acuerdo, estaría bien sacar fotos
que vamos a guardar por años.
Pero ahora las tostadas crujen
y las migas se acumulan.
domingo, 9 de marzo de 2014
El que pesca mira a izquierda y derecha:
le apuntan con flechas y lanzas
los hombres de su pueblo
y las mujeres de su ciudad.
Sin sorpresa
cierra los ojos
intenta llegar
a una visión que no aparece.
Así que habla: ¡disparen! Pero en vez de grito
habla un zorzal
y baja, y distrae
a los tallos de los hombres
y nervaduras de las mujeres.
Ahora apuntan al lago
que el zorzal acarició.
El que pescaba, sediento, camina.
Apunta al punto donde el sol va a caer.
Un día va a agradecer como debe.
Repiten y repiten su intento de quedarse
cuatro pensamientos sin idea
sin forma
pedazo
de ya
estribillo, una canción horrible.
Estamos tan lejos,
cualquier palabra
es mil cosas distintas
y mi cuerpo parece frío
como lleno de fantasmas.
Ya estribillo en disco rayado tu tos
y tu tos, sin idea sin forma,
y mis cuatro palabras de borracho
de significado imaginario.
Y la belleza pasó demasiado rápida
por la sombra de estas horas
que parecen frías.
Saltan, se escapan los pensamientos y los peces
grandes como caballos.
Decidimos comerlo frito
y decidimos escuchar un estribillo,
el más rayado de todos.
Y se nos escapan por las mangas
los pescados y los grillos
del tamaño de un caballo
con las piernas largas
como latas de cerveza.
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